Graffiti sobre el puente
"Graffiti sobre el puente" de Hugo Bueso es el libro que leeremos para el 14 de noviembre 2006
12:30 p.m.
Salón Multimedia, edificio T-11, 3er nivel, Facultad de CCQQ y Farmacia
Hugo Bueso es Ingeniero Industrial por la Universidad de San Carlos de Guatemala y tiene estudios de postgrado por las Universidades Landívar y Francisco Marroquín. Este libro de cuentos es su primera publicación pero ha publicado varios artículos y cuentos en periódicos.
"abrir este libro es como levantar la tapa de un baúl que guarda zafiros, rubíes, ágatas, esmeraldas y otras joyas talladas en forma literaria…“ af
Los escritores Rubén López Marroquín y Víctor Muñoz acompañaron al autor en la presentación del libro el pasado 5 de octubre.
El siguiente segmento aparece publicado en Siglo XXI (LETRAS DE CIERRE) del martes 31 de Octubre 2006
El niño desnudo*
El niño desnudo forma parte del libro de cuentos Graffiti sobre el puente, de Hugo Bueso (Guatemala, 1951).
El niño, confundido, no sabía si era que rompía el alba o si estaba cayendo ya la noche. Lo único que notaba era que todo se veía difuso, en un tono sepia, justo como en los crepúsculos del día. Recordó que unos minutos antes había estado soñando que comía unas frutas doradas, medio dulces, medio ácidas. En el centro del patio de atrás de la casa había un frondoso árbol de nísperos que por esta época ya ofrecía su fruto maduro. Al niño le gustaba mucho estar ahí.Ahora sentía la boca seca y la lengua como un pedazo de lija, pero al ver los nísperos imaginó que la saliva se le escurría por la comisura de sus agrietados labios. Pero la boca seguía seca y la lengua áspera. Subió al árbol por la cuerda del columpio que colgaba de una rama. Una vez arriba, quiso sentir el suave y dulce aroma de las pequeñas frutas, pero no podía. Una y otra vez intentaba alcanzarlas pero éstas parecían escapar de entre sus dedos.Allí estaba, subido al árbol de nísperos, como tantas otras tardes y mañanas. La única diferencia era que ahora estaba completamente desnudo y, sin embargo, notó que no sentía frío. Sólo una sensación de bienestar, de paz y de tranquilidad.Oyó voces y se dio cuenta de que se acercaban unos niños pateando una vieja pelota de cuero y llamándose por sus apodos. Los conocía a todos. Le entraron ganas de llamar su atención, pero recordó que no llevaba ninguna ropa puesta y le dio vergüenza que lo vieran así. Se escondió entre el follaje y los grandes racimos de fruta. Guardó silencio mientras los veía imitar a los famosos cracks de la televisión.De pronto apareció una señora que tenía el rostro lleno de dolor y los ojos llorosos. La vio secarse las lágrimas al tiempo que llamaba a sus amigos para pedirles, con una seña, que no hicieran tanta bulla. Los niños parecieron entender la situación y dejaron de correr de un lado a otro. Uno de ellos, como hacen los árbitros de futbol cuando dan por terminado un partido, tomó la pelota y se la colocó bajo el brazo. Otro, el más pequeño, se dejó caer de rodillas y se tapó la cara con las dos manos, como cuando alguien mete un autogol. Los otros se juntaron, justo debajo de él, y se abrazaron en silencio.El niño desnudo, haciendo a un lado su vergüenza, decidió bajar por la cuerda del columpio que colgaba del viejo árbol y acompañar a sus amigos en la pena.Estaba seguro de que alguien acababa de morir.
El niño desnudo*
El niño desnudo forma parte del libro de cuentos Graffiti sobre el puente, de Hugo Bueso (Guatemala, 1951).
El niño, confundido, no sabía si era que rompía el alba o si estaba cayendo ya la noche. Lo único que notaba era que todo se veía difuso, en un tono sepia, justo como en los crepúsculos del día. Recordó que unos minutos antes había estado soñando que comía unas frutas doradas, medio dulces, medio ácidas. En el centro del patio de atrás de la casa había un frondoso árbol de nísperos que por esta época ya ofrecía su fruto maduro. Al niño le gustaba mucho estar ahí.Ahora sentía la boca seca y la lengua como un pedazo de lija, pero al ver los nísperos imaginó que la saliva se le escurría por la comisura de sus agrietados labios. Pero la boca seguía seca y la lengua áspera. Subió al árbol por la cuerda del columpio que colgaba de una rama. Una vez arriba, quiso sentir el suave y dulce aroma de las pequeñas frutas, pero no podía. Una y otra vez intentaba alcanzarlas pero éstas parecían escapar de entre sus dedos.Allí estaba, subido al árbol de nísperos, como tantas otras tardes y mañanas. La única diferencia era que ahora estaba completamente desnudo y, sin embargo, notó que no sentía frío. Sólo una sensación de bienestar, de paz y de tranquilidad.Oyó voces y se dio cuenta de que se acercaban unos niños pateando una vieja pelota de cuero y llamándose por sus apodos. Los conocía a todos. Le entraron ganas de llamar su atención, pero recordó que no llevaba ninguna ropa puesta y le dio vergüenza que lo vieran así. Se escondió entre el follaje y los grandes racimos de fruta. Guardó silencio mientras los veía imitar a los famosos cracks de la televisión.De pronto apareció una señora que tenía el rostro lleno de dolor y los ojos llorosos. La vio secarse las lágrimas al tiempo que llamaba a sus amigos para pedirles, con una seña, que no hicieran tanta bulla. Los niños parecieron entender la situación y dejaron de correr de un lado a otro. Uno de ellos, como hacen los árbitros de futbol cuando dan por terminado un partido, tomó la pelota y se la colocó bajo el brazo. Otro, el más pequeño, se dejó caer de rodillas y se tapó la cara con las dos manos, como cuando alguien mete un autogol. Los otros se juntaron, justo debajo de él, y se abrazaron en silencio.El niño desnudo, haciendo a un lado su vergüenza, decidió bajar por la cuerda del columpio que colgaba del viejo árbol y acompañar a sus amigos en la pena.Estaba seguro de que alguien acababa de morir.
Se reproduce con autorización de la editorial Letra Negra.